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viernes, 29 de julio de 2011

Héctor

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Por César del Caño
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Héctor me enseñaba su foto con Sinatra, cuando era campeón de los Ligeros, antes de acabar como bestia de carga en el mercado de abastos.

A Héctor le sacó de la calle la Señora Petra. Apartó de él la botella, se enfrentó con valentía a su mal genio, le lavó y alimento; reunío los trozos de autoestima desperdigados en el asfalto, hizo con ellos un amasijo y los volvió a colocar en su sitio primitivo, al lado del corazón de aquel desecho humano que tiempo atrás había volado en la nube de la gloria y el dinero sin límites.

Qué fué lo que vio en él aquella bondadosa mujer, minúscula y de mirada viva y perspicaz, no es fácil de comprender para los que vivimos al margen de la realidad, distraídos en espejismos mediáticos y mentiras de políticos corruptos. 
- "Es que tenía unos ojillos... tan tristes...!", me respondía, mientras miraba a Héctor con ternura y amor inmensos; como si de su propio hijo se tratase.
- "¡La mía mama!", balbucía él con agradecimiento, en una extraña mezcla de español y brasileiro que luchaba por abrirse paso a través de aquella nariz machacada, mientras la abrazaba hasta estrujarla entre sus poderosos brazos.

Un día, paseando por la Puerta del Ángel, conocí a Kid Merino, los dos mirábamos la actuación de una cantautora callejera, y él, que me había visto en un par de ocasiones por aquellas calles de la vieja Barcelona, poco a poco fue acercándose hasta rozarme con el codo:
- "Es buena, eh!", dijo sin mirarme, en voz baja, estirando su cuello hasta colocar su cabeza muy cerca de la mía. Luego me miró fijamente, con aquella media sonrisa que le caracterizaba, como esperando respuesta...
- "Mucho...!", admití, "...tiene carácter y estilo... y una bonita voz".

Merino era un hombre de baja estatura, aunque de complexión fuerte y muy ágil para su edad. Moreno, calvo... de carácter alegre y positivo. Aparentaba unos sesenta y cinco años, aunque luego supe que en realidad tenía más de ochenta.
A partir de aquel día hubo nuevos encuentros y nuevas conversaciones. Me habló de los días en los que, allá por el verano de 1936, junto a otros boxeadores, se había alistado al bando republicano, en una especie de ejército gremial, respondiendo a la llamada de diversos grupos como la CNT-FAI como reacción al estallido de la guerra civil.

- "¿Conoces a Héctor Barbosa?", le pregunté en una ocasión. Él me miró con sorpresa...
- "¡Huy, sí! ¡ese era muy bueno...! ¿Por qué. Le conoces tú? No sé qué fue de él... "
- "Pasó una etapa muy mala, pero ahora ha encontrado un trabajo fijo en el mercado de La Boquería", le informé. El miró al suelo, agitó la cabeza y desmenuzó con el pié una colilla amarillenta...
- "Es lo que tiene esto: si no sabes retirarte a tiempo acaban contigo".



(Historia inacabada)

2 comentarios:

Cecinape dijo...

Pues como de principio la historia es tan bonita, merece la pena el esfuerzo de acabarla, seguro que la disfrutas. Venga, un abrazo.

César del Caño dijo...

Quizás el esfuerzo, el reto, radica en saber plasmar en palabras toda una serie de emociones que conformaron el ambiente en el que me vi inmerso, casi por casualidad, en un momento muy especial de mi vida. Poco a poco intentaré ir completando el puzle.
Gracias, Ceci; para mi es imprescindible vuestro feedback.