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lunes, 30 de enero de 2012

Carta a Carmen · 1 (esp.)


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Con el tiempo, la soledad ha ido reconvirtiéndose para mi en aliada imprescindible, en punto de fuga, en única alternativa, en causa y consecuencia; a veces agujero negro, otras isla-hogar; pero en todo caso compañera ineludible, matrimonio de conveniencia; cuna de los decires nunca verbalizados... (a no ser alguna palabra huérfana que se marchó súbitamente en una tarde amarilla de chicharras, estallando contra el techo antiguo de la niñez perdida; insospechada y desubicada).

Pero las palabras huérfanas no hacen montón. Ya se sabe que la locura sólo puede parapetarse detrás de las palabras organizadas en hilera, aunque no digan nada, pero por lo menos que parezca que lo intentan, sólo para mantener entretenidos a los curiosos. Mientras seas capaz de mantener las palabras en hilera estás a salvo, como un encantador de cobras. ¡Vete tú a explicarle a una cobra los secretos de una escala pentatónica!  A ella lo mismo le da, de hecho seguro que prefire mil veces balancearse indefinidamente al son del punji que escuchar una sola palabra del encantador. La erótica de la locura, o del discurso encriptado.

Por eso es que el desamparo anda siempre a las puertas, intentando coquetear con la soledad; pero mientras mantengamos nuestra disciplina de encantadores, incluso el propio desamparo se quedará embobado balanceándose sin ni siquiera vernos.

Luego están los amigos, y las amigas, que entran y salen, que se asoman, que te tocan suavemente con las yemas de los dedos, con el respeto con que ha de tratarse a cualquier ser ocupado en organizar sus palabras desparramadas en un rincón amarillo del silencio; con los amigos, intercambiamos locuras como si de cromos se tratase, porque con ellos las palabras no tienen necesidad de cuadrarse, pueden saltar y reir sin orden ni razón. Los amigos ni tan siquiera llaman a la puerta, basta con que traigan consigo una palabra huérfana, o una sonrisa, o un levísimo roce con la yema de un dedo.


NOTA: texto traducido del original en gallego (ver enlace en la parte superior de esta entrada)

1 comentario:

Cecinape dijo...

Como siempre amigo Cesar, me sorprendes con tus escritos. Una vez leí a Ricardo Piglia que decía: La escritura es un camino de sorpresas que a veces nos sorprende hasta a nosotros mismos,

Las palabras nos rodean continuamente y es imposible vivir sin ellas, pero igual que el músico tiene que saber ejecutar la melodía, tú manejas y filtras estas con perfección y encuentras un alto nivel expresivo.

Creo que la literatura está esperando que ocupes un lugar importante en ella.

Un abrazo.